La Cruz y Su Llamado: Acepta El Regalo De Salvación
“So confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos limpiará de toda maldad”
Ya han pasado algunos meses desde que celebramos la Semana Santa donde recordamos los eventos de los últimos días de Jesús en la tierra. Cada año, durante este período especial para los que siguen al Maestro, utilizamos ese tiempo buscando aprender más del significado de esos acontecimientos. Cada año, después de esa sacra temporada, yo medito en lo que he aprendido para aplicarlo a mi propia vida.
Este año, mi enfoque fue en la cruz puesto que es el símbolo central de nuestra fe. Sin palabras, el simple diseño de una cruz nos habla del singular efecto de esa bruta forma de ejecución. Por el mundo entero, pueden verse diferentes representaciones de este emblema, algunos hechos por quienes no conocen al Cordero de Dios que murió sobre ella. No hay otra imagen más repetida en todo el planeta.
Durante nuestros varios años de servicio, en las diferentes capillas, hemos visto diferentes cruces. Una de estas cruces fue hecha de madera muy áspera. Medía más de nueve pies y estaba colgada en la pared, al fondo, donde todos la podían ver todo tiempo que estaban en el salón. En otra iglesia, la cruz medía sólo veinticuatro pulgadas, colgada en la pared detrás del púlpito. La verdad es que era demasiado fácil perderla de vista.
Cuando servimos en Atlanta, la cruz en el santuario estaba por detrás de una pantalla de proyección. Nosotros pusimos otra en la plataforma, a plena vista de todos. La cruz no es una simple decoración sino un símbolo sagrado. La cruz es la insignia de todo lo que creemos y nos identifica con Él que la llevó sobre Sus hombros, en nuestro lugar.
Cabe resaltar que la imagen o forma no es lo que importante. No veneramos al objeto sino al que Se sacrificó sobre sus vigas. Lo que aconteció en la cruz es lo que hace toda la diferencia en lo que creemos, como seguidores del Crucificado, y en nuestras vidas al creer en la eficacia de Su sacrificio.
La sexta doctrina del Ejército de Salvación confirma nuestra completa dependencia. Dice: “Creemos que el Señor Jesucristo, por Sus padecimientos y muerte, ha hecho la propiciación por todo el mundo, de manera que todo el que quiera pueda ser salvo.” Sencillamente confesamos que es gracias a la muerte de Jesús en la cruz, cada persona en todo el mundo puede recibir perdón por sus pecados.
Esta verdad es esencial a nuestra práctica cristiana pues recarga sobre los hombros Divinos hacer lo que nosotros no podíamos hacer por nosotros mismos. Nuestra frágil condición humana es que somos débiles frente el pecado, caemos en sus garras y no tenemos como liberarnos de esa maldita prisión. Sin auxilio, estamos destinados a la condenación eterna.
Pero no perdamos el ánimo. La Biblia claramente enseña: “A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los impíos. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:6-8 NVI).
Ningún ser humano, nacido o por nacer, podría vivir una vida perfecta como lo hizo el Señor Jesús. Y los que se proponen ser buenos, con todo el esfuerzo humano, aún sólo se ofrecerían a morir por alguno de sus seres queridos. Pero el Padre envió a Su Hijo para vivir una vida santa y morir por nuestras culpas.
Esta atronadora verdad requiere una pausa para meditarla.
El Hijo de Dios, antes de la fundación del mundo, fue seleccionado para esta imprescindible tarea (1 Pedro 1:20) y planeo nuestro rescate antes del comienzo del mundo (2 Timoteo 1:9). Él sabía que escogeríamos el sendero pecaminoso antes de que camináramos en el jardín de Edén. Con todo este discernimiento, antes que le pidiéramos, nos amó de tal manera que se dispuso a morir pagando nuestra insumable deuda.
En febrero de este año, mi esposo me regaló un viaje de crucero para disfrutar con mi mejor amiga. Fue uno de los mejores regalos que he recibido. Seis días sin nuestros hijos, trabajos y todo el estrés de nuestra vida cotidiana. Flotando en el océano, visitando diferentes países y gozando abundantemente de nuestro tiempo juntas. ¡Y lo mejor era que él pago por todo esto!
Si en lugar de recibir este obsequio yo le hubiera dicho: “no gracias, no quiero viajar,” quizá me hubiera internado en un hospital psiquiátrico. Nadie en su mente cabal despreciaría un viaje de crucero gratis. Y si esta simple oferta parece una locura, ¿que decimos de las millones de personas que rechazan el regalo de salvación cada día? Una oferta que es más valiosa que un mero viaje en barco… ¡vale muchísimo más que todo lo que el mundo nos ofrece!
Lo tristemente irónico es que muchos rechazan lo que Dios ofrece gratuitamente por lo que ellos piensan les costaría. Temen deshacer una relación perjudicial. No quieren dejar un hábito dañino. Les parece muy problemático determinar que un pasatiempo favorito es inefectivo. (Usted pudiera añadir aquí algunas de las escusas que ha escuchado también.)
Jesús dio Su vida en rescate por nosotros. Él pagó el precio de nuestra condena y nos ofrece Su amor sin que tengamos que hacer más que creer en Él (Juan 3:16). Con sólo pedir Su perdón, “So confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:9 NVI).
Todos podemos recibir Su amor, abiertamente ofrecido por Aquel quien estrechó Sus brazos para ser colgado en el cruel madero. En esa postura, Dios estaba deseando abarcar la multitud de nuestras rebeliones. Desde ese día, el opulente abrazo sigue invitándonos al Calvario.
¡Oh, no rechaces Su inigualable obsequio!
Photo: Filo via Getty Images